Contextualización de la tecnología desde el ámbito sociocultural
Contextualización de la tecnología desde el ámbito sociocultural
De la tecnología se puede enfatizar que en un primer acercamiento habrá que tomar en cuenta tres definiciones que explican lo amplio y complejo del término tecnología. La tecnología como: a) artefactos físicos o maquinaria, b) la tecnología como conjunto de conocimientos, procesos y sistemas de organización y control, y por último c) como redes o conjunto organizado de espacios por donde fluye algo significativo para el ser humano denominado esencialmente, información.
A pesar de todo lo que implica la tecnología, —según lo dicho anteriormente—, queda la gran interrogante del significado social de la palabra tecnología, no sólo para delimitar su campo de acción, sino para entender claramente que la tecnología es un producto cultural creado por el ser humano para beneficiarse de él y relacionarse de mejor manera con su entorno. Leo Marx (1996) ha sido uno de los estudiosos que mediante la génesis de la palabra tecnología ha tratado de delimitar lo que en la actualidad se entiende por ella.
La palabra proviene de la raíz griega techné que significa arte y oficio. En el siglo XVII se encontraba rara vez en tratados técnicos, en 1859 Burton lo usó como equivalente de artes prácticas colectivas. Thorstein Veblen lo utilizó a principios del siglo XX para dar a entender un concepto más parecido a lo que posteriormente se denominará como técnica, pero no fue sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando su uso se popularizó (Marx, 1996). El mismo autor indica que ni siquiera los pensadores influyentes en su época como Karl Marx y Arnold Toynbee lo utilizaron.
Desde un principio la palabra tecnología se encontraba relacionada con el concepto de progreso. La idea de progreso se sustenta en que el ser humano produce mejoras constantemente con el fin de alcanzar un mejor desarrollo tanto productivo como de bienestar. Una forma de lograr ese progreso es a través de la maquinaria y las herramientas que facilitan las labores manuales del hombre. En general a estas labores manuales que el ser humano desarrolló se les denominaron “artes mecánicas ”, sin embargo, socialmente en la Europa del siglo XVI y XVII estas artes mecánicas estaban asociadas a labores sucias y poco pulcras, impropias para la gente de cierta jerarquía social, eran consideradas labores del vulgo, trabajos poco reconocidos.
Shapin (1989) en su artículo del “Técnico invisible” relata a detalle la gran labor que desempeñaban los trabajadores técnicos, especialmente en los laboratorios, manipulando y controlando toda la tarea cotidiana, práctica de los experimentos, mientras que los grandes científicos se despreocupaban de esas faenas, su misión era pensar, construir conocimiento, explicar a partir de teorías lo que ocurría en la praxis. En este mismo plano, la revolución industrial enfatizó el trabajo técnico como elemento indispensable para el logro de la implantación de la máquina en el proceso de la cadena productiva, de esta manera, apareció el obrero como ente asalariado que vendía su fuerza de trabajo, al igual que el técnico apareció como trabajador asalariado que operaba las máquinas y se encargaba de todo lo relativo al mantenimiento y su buen funcionamiento.
Leo Marx (1996) señala que durante la consolidación de la revolución industrial, el término tecnología cambia su estatus y se revaloriza como un trabajo calificado, propio de personas preparadas y especializadas. Ya para ese entonces, la técnica se encontraba asociada con el trabajo de técnicos limpios, mirando y manipulando paneles de instrumentos y monitores altamente complejos, capaces de describir el proceso y funcionamiento de las máquinas, siendo ellos los elementos claves para el buen uso y mantenimiento de los motores de la modernidad. El mismo autor indica que para finales del siglo XIX la creencia en los avances tecnológicos y su aceptación en la creación de bienestar para el ser humano, se volvió un credo.
Para la segunda mitad del siglo XX la tecnología ya era considerada una de las causas principales del bienestar del individuo, al grado de convertirla en el remedio de todos los problemas de la vida moderna. La premisa del progreso avalada por los adelantos tecnológicos, una vez socializada, se ha transformado en creencia y de ahí su derivación hacia un culto o una fe ciega a lo revestido por la tecnología. Se tiene la sensación de que la tecnología posee poder como agente de cambio en nuestra época, entre la población se comparte la idea de que es necesario subirse al carro de la modernidad y el mejor camino para lograrlo es a través de la tecnología. Por lo pronto, esta aseveración pertenece a la cultura occidental, donde los inventos, las nuevas tecnologías, se introducen en la sociedad y adquieren vida propia o del mismo modo, son tomados como las causas o los detonadores de los cambios sociales, culturales, económicos y políticos. El término tecnología, con la atribución de progreso benéfico, limpio y abstracto, ha sido sobrevaluado. Recubierto por una aureola de ingenieros prodigiosos, expertos tecnólogos, el vocablo tecnología ha rayado en una “reificación”, en una omnipresencia para las actividades propias de la modernidad. Aparece entonces esta noción con potencialidades sobre impuestas, metafísicas, surge como agente autónomo, poderosos que ha propiciado el cambio social en la humanidad.
Por su parte la propuesta crítica, especialmente postmoderna cuestiona seriamente a la tecnología con planteamientos tales como: ¿Qué valía o valor agregado ha proyectado la tecnología a la humanidad? ¿Será cierto que los hombres se han convertido en las herramientas de los artefactos? ¿Será que la tecnología recorre cierto camino pero luego se regresa, imitando el efecto “boomerang” o mejor dicho las consecuencias de la tecnología no racionalizada se empiezan a revertir directamente contra el hombre, creador de la técnica y la tecnología? ¿Será que las repercusiones se pueden enlistar especialmente con los casos de Hiroshima y Nagasaki, Chernobyl, Vietnam, el calentamiento del planeta u otros más? Todos los discurso referentes a la tecnología sean optimistas o fatalistas no dejan de reflexionar sobre el impacto que han producido en la sociedad. Tal efecto, debe observarse desde ciertos criterios que los sustenten, esa es la labor de la reflexión filosófica, científica, tecnológica, culturalista que establece la visión contextualizada. En otros términos, la interpretación de la tecnología debe obedecer a ciertos criterios básicos que las propias disciplinas establecen al momento de explicar el fenómeno tecnológico, sean de carácter unilateral como el determinismo tecnológico y el constructivismo social o de carácter multilateral como los estudios de CTS de corte económico, político, social y cultural. Sea cual fuere el contexto que envuelve a la tecnociencia, la interpretación será variada y diferenciada en casi todos los casos por su falta de concordancia entre visiones tecnológicas.
El quedarse con la bipolaridad de enfoques tecnológicos no ayuda a afrontar la contextualización necesaria para explicar el fenómeno técnico y en menos grado su impacto social. La propuesta es acercarse desde los planos ya señalados y discutirlos para confrontar las posturas aquí expuestas, indicando que cada interpretación se sustenta en postulados previamente identificados. Ese podría ser un camino viable que mantenga cierto equilibrio entre los diversos enfoques. Gran parte del material consultado se encuentra posicionado en el ámbito de la funcionalidad tecnológica, junto con los aspectos materiales de la misma y su desarrollo histórico. La otra parte de este mismo asunto está enfocado en resaltar los efectos que la implicación tecnológica propicia por su implantación a veces forzada o impuesta. Asociar automáticamente el cambio tecnológico con el cambio social es ser determinista tecnológico. Pensar que la sociedad es quién determina el camino que tomará la tecnología es caer en el constructivismo social, no permitir la entrada a una propuesta culturalista flexible, es negar la posibilidad de ajustar alguna otra opción diferente a las dos posturas extremistas. Para remarcar estas cuestiones y otras más, es necesario entender y reflexionar sobre los conceptos y las corrientes que tratan de explicar la polisemia tecnológica, de tal manera que se presentan a continuación las aproximaciones que permiten estructurar las diversas interpretaciones de la tecnología y sus concepciones.
La palabra proviene de la raíz griega techné que significa arte y oficio. En el siglo XVII se encontraba rara vez en tratados técnicos, en 1859 Burton lo usó como equivalente de artes prácticas colectivas. Thorstein Veblen lo utilizó a principios del siglo XX para dar a entender un concepto más parecido a lo que posteriormente se denominará como técnica, pero no fue sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando su uso se popularizó (Marx, 1996). El mismo autor indica que ni siquiera los pensadores influyentes en su época como Karl Marx y Arnold Toynbee lo utilizaron.
Desde un principio la palabra tecnología se encontraba relacionada con el concepto de progreso. La idea de progreso se sustenta en que el ser humano produce mejoras constantemente con el fin de alcanzar un mejor desarrollo tanto productivo como de bienestar. Una forma de lograr ese progreso es a través de la maquinaria y las herramientas que facilitan las labores manuales del hombre. En general a estas labores manuales que el ser humano desarrolló se les denominaron “artes mecánicas ”, sin embargo, socialmente en la Europa del siglo XVI y XVII estas artes mecánicas estaban asociadas a labores sucias y poco pulcras, impropias para la gente de cierta jerarquía social, eran consideradas labores del vulgo, trabajos poco reconocidos.
Shapin (1989) en su artículo del “Técnico invisible” relata a detalle la gran labor que desempeñaban los trabajadores técnicos, especialmente en los laboratorios, manipulando y controlando toda la tarea cotidiana, práctica de los experimentos, mientras que los grandes científicos se despreocupaban de esas faenas, su misión era pensar, construir conocimiento, explicar a partir de teorías lo que ocurría en la praxis. En este mismo plano, la revolución industrial enfatizó el trabajo técnico como elemento indispensable para el logro de la implantación de la máquina en el proceso de la cadena productiva, de esta manera, apareció el obrero como ente asalariado que vendía su fuerza de trabajo, al igual que el técnico apareció como trabajador asalariado que operaba las máquinas y se encargaba de todo lo relativo al mantenimiento y su buen funcionamiento.
Leo Marx (1996) señala que durante la consolidación de la revolución industrial, el término tecnología cambia su estatus y se revaloriza como un trabajo calificado, propio de personas preparadas y especializadas. Ya para ese entonces, la técnica se encontraba asociada con el trabajo de técnicos limpios, mirando y manipulando paneles de instrumentos y monitores altamente complejos, capaces de describir el proceso y funcionamiento de las máquinas, siendo ellos los elementos claves para el buen uso y mantenimiento de los motores de la modernidad. El mismo autor indica que para finales del siglo XIX la creencia en los avances tecnológicos y su aceptación en la creación de bienestar para el ser humano, se volvió un credo.
Para la segunda mitad del siglo XX la tecnología ya era considerada una de las causas principales del bienestar del individuo, al grado de convertirla en el remedio de todos los problemas de la vida moderna. La premisa del progreso avalada por los adelantos tecnológicos, una vez socializada, se ha transformado en creencia y de ahí su derivación hacia un culto o una fe ciega a lo revestido por la tecnología. Se tiene la sensación de que la tecnología posee poder como agente de cambio en nuestra época, entre la población se comparte la idea de que es necesario subirse al carro de la modernidad y el mejor camino para lograrlo es a través de la tecnología. Por lo pronto, esta aseveración pertenece a la cultura occidental, donde los inventos, las nuevas tecnologías, se introducen en la sociedad y adquieren vida propia o del mismo modo, son tomados como las causas o los detonadores de los cambios sociales, culturales, económicos y políticos. El término tecnología, con la atribución de progreso benéfico, limpio y abstracto, ha sido sobrevaluado. Recubierto por una aureola de ingenieros prodigiosos, expertos tecnólogos, el vocablo tecnología ha rayado en una “reificación”, en una omnipresencia para las actividades propias de la modernidad. Aparece entonces esta noción con potencialidades sobre impuestas, metafísicas, surge como agente autónomo, poderosos que ha propiciado el cambio social en la humanidad.
Por su parte la propuesta crítica, especialmente postmoderna cuestiona seriamente a la tecnología con planteamientos tales como: ¿Qué valía o valor agregado ha proyectado la tecnología a la humanidad? ¿Será cierto que los hombres se han convertido en las herramientas de los artefactos? ¿Será que la tecnología recorre cierto camino pero luego se regresa, imitando el efecto “boomerang” o mejor dicho las consecuencias de la tecnología no racionalizada se empiezan a revertir directamente contra el hombre, creador de la técnica y la tecnología? ¿Será que las repercusiones se pueden enlistar especialmente con los casos de Hiroshima y Nagasaki, Chernobyl, Vietnam, el calentamiento del planeta u otros más? Todos los discurso referentes a la tecnología sean optimistas o fatalistas no dejan de reflexionar sobre el impacto que han producido en la sociedad. Tal efecto, debe observarse desde ciertos criterios que los sustenten, esa es la labor de la reflexión filosófica, científica, tecnológica, culturalista que establece la visión contextualizada. En otros términos, la interpretación de la tecnología debe obedecer a ciertos criterios básicos que las propias disciplinas establecen al momento de explicar el fenómeno tecnológico, sean de carácter unilateral como el determinismo tecnológico y el constructivismo social o de carácter multilateral como los estudios de CTS de corte económico, político, social y cultural. Sea cual fuere el contexto que envuelve a la tecnociencia, la interpretación será variada y diferenciada en casi todos los casos por su falta de concordancia entre visiones tecnológicas.
El quedarse con la bipolaridad de enfoques tecnológicos no ayuda a afrontar la contextualización necesaria para explicar el fenómeno técnico y en menos grado su impacto social. La propuesta es acercarse desde los planos ya señalados y discutirlos para confrontar las posturas aquí expuestas, indicando que cada interpretación se sustenta en postulados previamente identificados. Ese podría ser un camino viable que mantenga cierto equilibrio entre los diversos enfoques. Gran parte del material consultado se encuentra posicionado en el ámbito de la funcionalidad tecnológica, junto con los aspectos materiales de la misma y su desarrollo histórico. La otra parte de este mismo asunto está enfocado en resaltar los efectos que la implicación tecnológica propicia por su implantación a veces forzada o impuesta. Asociar automáticamente el cambio tecnológico con el cambio social es ser determinista tecnológico. Pensar que la sociedad es quién determina el camino que tomará la tecnología es caer en el constructivismo social, no permitir la entrada a una propuesta culturalista flexible, es negar la posibilidad de ajustar alguna otra opción diferente a las dos posturas extremistas. Para remarcar estas cuestiones y otras más, es necesario entender y reflexionar sobre los conceptos y las corrientes que tratan de explicar la polisemia tecnológica, de tal manera que se presentan a continuación las aproximaciones que permiten estructurar las diversas interpretaciones de la tecnología y sus concepciones.
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